Algún día nos vamos a morir

Basta con unos pocos días de incertidumbre para que algunos inversores empiecen a sentir el vértigo de estar en renta variable.

Desde los restos del naufragio de la crisis financiera de 2008, la renta variable ha vivido un mercado secular alcista, interrumpido solo por breves episodios de incomodidad que, en general, se han revertido en pocas semanas. Como perros de Pavlov ante la señal, los inversores se han habituado a la acción-reacción: incertidumbre que parece pasajera y pronto da paso a la calma.

Pero, si las próximas semanas siguen teñidas de rojo, muchos empezarán a hacerse preguntas incómodas:
¿Y si esta vez no es igual? ¿Y si estamos ante un mercado lateral? ¿Y si —peor aún— es un mercado bajista que podría durar años?

Hace poco leí una comparación tan cruda como ilustrativa —y aunque es una metáfora extrema, resulta gráfica—: los mercados bajistas se asemejan a una guerra. Puedes imaginarla, incluso reconstruirla mentalmente si no la has vivido, pero nada te prepara para experimentarla en primera persona. Hay niveles de dolor a los que, sencillamente, no es posible acostumbrarse.

Al margen de lo acertado o no de esa imagen, lo cierto es que —en términos de “problemas del primer mundo”— perder grandes cantidades de dinero, aunque sea de forma temporal o latente, no es agradable.

Un mal día se sobrelleva. Unas semanas, molestan. Unos meses, pesan. Unos años… ya son palabras mayores.
¿Una década? Probablemente puedas contar con los dedos de una mano cuántas personas en tu entorno resistirían esa travesía del desierto.

Hasta aquí, nuestra pequeña visita al infierno de Dante y sus anillos para el inversor abnegado.

Quienes me conocen saben que tengo debilidad por los ejemplos sencillos para explicar ideas complejas. Y hay una tira de Snoopy que siempre me viene a la cabeza:
Charlie, muy preocupado, le dice al perro que algún día morirán.
Snoopy, con su sabiduría habitual, responde: “Es cierto. Pero todos los demás días no”.

Difícil encontrar una mejor aproximación a la incertidumbre y la volatilidad de la vida.

Si algo nos enseña el pasado es que una acción puede tener una esperanza matemática positiva y, aun así, atravesar largos periodos negativos. Por eso, la mentalidad del inversor debería parecerse más a la del Che Guevara:
«Hasta la victoria, siempre.»

Porque lo cierto es que no existe una forma consistente y rentable de entrar y salir del mercado a tiempo. A menos, claro, que tengas un DeLorean. Y aún con uno, si le sumamos los impuestos, el resultado final quizás no sea tan brillante como esperabas.

Nunca he sido dogmático con ninguna estrategia. Me siento cómodo siguiendo mi criterio, aunque raramente tengo una seguridad absoluta. Me muevo en rangos de confianza: un 80% ya es una convicción alta para mí; la mayoría de los días navego en torno al 50-60%.

¿Te gusta invertir por dividendos? Perfecto, si eso te ayuda a sobrellevar la volatilidad, es una buena estrategia.
¿Prefieres una cartera indexada? Estupendo. Las estadísticas a largo plazo te avalan.
¿Optas por combinar renta fija y variable? ¿Por qué no?

Cada uno debe decidir cómo prepara su barco, pero todos navegaremos por las mismas tormentas.

Admiro a los inversores con décadas de experiencia. Muchos han pasado por tanto que la inversión ha dejado de tener ese halo épico. Para ellos es solo una actividad más, con un peso emocional mucho menor que otros aspectos más importantes de la vida. Porque sí, componer capital a largo plazo es una maravilla… pero el tiempo también implica envejecer, y llega un momento en el que entiendes que el dinero es solo dinero, el tiempo es escaso y la salud es el activo más valioso.

En resumen: nadie sabe realmente nada.
El futuro, por definición, es incognoscible. Y cualquier predicción es, en el mejor de los casos, fútil.

Los mercados bajistas o laterales son duros. Ver cómo desaparecen las ganancias que te llevó años construir no es fácil. Pero si quieres jugar este juego, es un camino que tendrás que recorrer.

Claro que también puedes dejarlo. Muchos lo harán. Lo harán en el peor momento: escaldados, frustrados, agotados.

Y si eso te ocurre, no te culpes. Estamos diseñados para huir del dolor, no para convivir con él.

Pero si decides seguir, si confías en el progreso humano, piensa que todo lo que has puesto ya lo has perdido, y lo que venga será bienvenido.

Sí, algún día moriremos.
Pero todos los demás… más vale que valgan la pena.

Disfruten estos días,

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