Asignación de Activos en las carteras, ¿el gran olvidado?

Muchos inversores nos preguntamos qué es lo más importante a la hora de invertir con sentido. En mi caso, la primera respuesta es que no hay una única respuesta, sino varias. Ese “lo más importante” convive con otros factores igual de relevantes, que van cambiando conforme giramos las caras del prisma.

Dentro de esas múltiples caras, algunas son sin duda más grandes y visibles que otras. Una de las más determinantes, y a la vez una de las menos atendidas por muchos inversores, es la asignación de activos. ¿100% renta variable? ¿60/40? ¿Acciones? ¿Fondos? ¿Activos alternativos? ¿Inmuebles?

Cada época tiene sus propios enfoques, y según la corriente académica predominante en el sector, los asesores financieros adoptan una u otra doctrina, aplicándola de forma generalista sin considerar demasiado la idiosincrasia de cada persona.

Del mismo modo que la medicina avanza hacia tratamientos más personalizados gracias al conocimiento de nuestro genoma, hoy nos resulta inconcebible acudir a un concesionario para cambiar de coche y que, en lugar de poder configurarlo hasta el último detalle, nos reciban con la célebre frase del Sr. Ford: «puede elegir el color que desee, siempre que sea negro».

El inversor actual se enfrenta a un torrente constante de información, que lo arrastra en distintas direcciones según las opiniones ajenas, muchas veces procedentes de personas con realidades totalmente distintas a la suya.

Un fenómeno curioso es que nuestra parte más instintiva tiende a dar más valor a las ideas de quienes están en un camino similar al nuestro, lo que refuerza nuestras propias convicciones, aunque no siempre vayan en favor de nuestros intereses. Si analizáramos todo esto desde una perspectiva más racional y objetiva, probablemente sería más útil escuchar a quienes ya han alcanzado los objetivos que nosotros perseguimos. Sin embargo, los algoritmos de las redes sociales están diseñados para allanarnos el camino, mostrándonos sobre todo contenido que refuerza nuestras ideas y muy poco contenido que las cuestione.

Para complicar aún más el escenario, pongamos algunos ejemplos:

María es heredera de una importante fortuna. Gestiona el patrimonio familiar, y sus padres son especialmente reacios a la volatilidad. La mayor parte de su cartera está compuesta por renta fija y acciones de gran capitalización con un historial consolidado de beneficios crecientes.

Antonio es empresario. Cada año recibe una cantidad considerable de liquidez procedente de dividendos de sus compañías y de un elevado sueldo. Tiene el 100% de su cartera en renta variable y no contempla diversificar con otros activos para reducir la volatilidad. Incluso ante caídas importantes, su capacidad financiera le permite mantener el rumbo.

Silvia tiene un trabajo con un salario medio, que apenas le permite ahorrar. Aun así, gracias a su constancia, ha conseguido acumular un patrimonio respetable. Le interesa especialmente la generación de rentas, con el objetivo de algún día vivir de ellas y dejar un trabajo que ya no le motiva.

Carlos busca emociones fuertes. La volatilidad no le asusta y disfruta invirtiendo en activos de alto riesgo que, en ocasiones, le han dado grandes rentabilidades en poco tiempo. Hasta ahora, le ha ido bien, y está planteándose profesionalizar su actividad para convertirla en su forma de vida.

Podríamos seguir con cientos de combinaciones posibles, cada una con su enfoque y su lógica.

Y aún podríamos darle una vuelta más: ¿qué ocurre si cambian las circunstancias? Una herencia inesperada, un ascenso, una pérdida de empleo… De pronto, la asignación de activos que antes tenía todo el sentido, deja de tenerlo.

La distribución de activos debe evolucionar con nosotros. Tan importante es mantenernos fieles a nuestra estrategia como saber adaptarla cuando las condiciones cambian. Fácil de decir, pero mucho más difícil de hacer, como bien sabemos.

Esa capacidad de adaptación al entorno es una de las cualidades que más admiro en los grandes inversores. En una entrevista reciente, Li Lu decía esto sobre su mentor Charlie Munger:

“Graham vivió durante la Gran Depresión y las dos guerras mundiales. Toda la economía sufrió diversos traumas durante ese periodo, por lo que mantener su poder adquisitivo era lo más importante para él.
En la era de Charlie y Warren, tanto la economía de Estados Unidos como la economía mundial estaban desarrollándose rápidamente, y se creaba valor de forma constante. Por ello, Charlie percibió con claridad que la inversión verdaderamente eficaz consiste en comprar unas pocas empresas verdaderamente excelentes y extraordinarias a precios razonables, dentro del ámbito de tu círculo de competencia, mantenerlas a largo plazo y, así, aumentar tu riqueza a medida que crece el valor intrínseco de la empresa. Berkshire se fundó siguiendo este principio. Este es el logro verdaderamente notable y monumental de Charlie.”

En la época de Graham, una estrategia altamente defensiva tenía todo el sentido. Durante la de Buffett y Munger, probablemente no. ¿Qué tendrá sentido en la que estamos viviendo ahora?

Esa es, quizá, la gran pregunta que debemos hacernos como inversores: cómo adaptar nuestras carteras al tiempo que nos ha tocado vivir. Elegir los activos con los que realmente nos sintamos cómodos y, por qué no, incluir alguno que nos saque un poco de esa zona de confort si cumple una función clara, como la descorrelación.

O incluso prescindir de esa descorrelación si nuestra estrategia no la necesita. Si no somos María, ni Antonio, ni Silvia… ¿por qué deberíamos tener carteras como las suyas?

Nadie tiene una respuesta definitiva, nosotros tampoco. Pero si estas líneas te invitan a reflexionar sobre tu situación, ya habrá merecido la pena escribirlas.

 

  

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