El pavimento sobre el que caminamos como inversores se asemeja más a una pista forestal que a una carretera asfaltada.
Los grandes retornos que se pueden llegar a conseguir tras largos años de subidas y bajadas, llevan el peaje de un sufrimiento que explica la recompensa.
Parafraseando el mensaje de Los Inmortales, con su mítico “sólo puede quedar uno”, muchos comienzan esta travesía y pocos llegan al destino.
Cada inversor es un mundo y pocos consejos valen, pues la manera en que reaccionamos a los cambios del mercado dependen mucho de nuestras vivencias y carácter, sin embargo reconocer ciertos baches del camino o ver cómo recorrieron esa ruta otros antes que nosotros, nos puede dar una valiosa información para enfrentarnos al desafío.
Siempre me ha gustado pensar que el sensor de temperatura emocional de un inversor se mueve entre tres áreas, dos son comúnmente conocidas pero de la tercera se suele hablar menos:
- La codicia. El sentimiento que nos despierta el propósito de invertir y que por tanto tiene una variante positiva al lanzarnos a explorar maneras alternativas de conseguir un futuro patrimonial más próspero, pero que también contiene otra negativa, haciéndonos ignorar los riesgos de la travesía.
- El miedo. Un sentimiento positivo de protección que nos ha mantenido vivos como especie y que es consustancial al ejercicio de nuestra vida, que a su vez tiene otro ángulo peligroso que nos hace pasar por alto que estamos haciendo exactamente lo contrario a lo que debemos hacer, simple y llanamente por estar asustados.
- El tedio. En mi opinión, el más peligroso y menos tenido en cuenta y que además ocupa la mayor parte del tiempo de una longeva vida inversora. Los periodos en que las cosas no van para adelante ni para atrás y acabamos tirando la toalla por simple agotamiento.
Cómo procedemos en nuestro paso por las distintas áreas es importante, y como es comprensible no sólo en algo tan mundano como la gestión de nuestro patrimonio sino en áreas de mucho más calado como son nuestra vida en pareja, las relaciones con nuestra familia, la práctica de un deporte o nuestra carrera profesional.
Codicia.Miedo.Tedio.
El número, es la cifra que nos devuelve una hoja excel, el informe del banco o lo que cada cual use para controlar la evolución de sus finanzas.
Ese número caprichoso a veces crece desmesuradamente, otras se despeña y otras simplemente pace monótonamente.
Conforme más nos acercamos al número y más frecuentemente lo visualizamos, más lo asimilamos como algo propio.
Lo que empieza con el objetivo de un seguimiento trimestral o mensual, va tomando el control de muchos inversores que cada vez estrechan más el cerco de consulta a una ventana de internet que nos permite un seguimiento cuasi instantáneo.
Y aquí puede empezar el problema, cuando creemos que ese número que vemos nos pertenece.
Como seres humanos, nuestra tendencia a anclar el valor de las cosas en el punto que más nos favorece es algo probablemente ancestral.
Una vez nos dicen que nuestra casa vale equis miles de euros, cualquier movimiento a la baja de ese número nos provoca un gran sufrimiento, incluso si no se nos ha pasado por la cabeza venderla.
Si nuestra cartera sobrepasa un valor, nuestra reacción natural es dar por sentado que ese es el valor.
El número es por tanto un factor motivador o desmotivador dependiendo del día. Diversos estudios nos demuestran que el ser humano sufre varias órdenes de magnitud más por una pérdida que por la misma cantidad de ganancia. Y en los mercados, por puras leyes gravitatorias, las cosas no son lineales.
En mi experiencia, para un inversor adicto al número, resultan mucho más peligrosas las semanas de máximos continuados que las semanas en que todo se despeña o que no va a ninguna parte.
La razón es sencilla. Para resolver un problema es importante ir al origen.
No se vende cuando todo se despeña, el inicio de la mala decisión nace cuando la euforia nos hace ver el mundo con unas lentes que son irreales.
Perder un treinta por ciento de tu patrimonio en tres días no tiene importancia cuando se mira con retrospectiva años después, pero nada nos prepara para lidiar con ello salvo la experiencia de haber pasado por ese punto antes y saber desconectarnos del impulso.
Una pregunta recurrente de inversores que empiezan es cómo se lidia con esas caídas, seguida de si con el paso del tiempo dejan de tener importancia con años de experiencia.
Empezando por el final, y al menos en mi experiencia cuando uno por motivos profesionales debe trabajar con “el número”, que forma ese valor liquidativo diario, el dolor emocional es algo inevitable. Que lo interpretemos como una molestia pasajera o nos llegue afectar es lo que realmente te prepara para convivir con ello.
Un inversor particular no tiene esa desventaja. Desconectarse del número es y seguirá siendo, el mejor consejo que puedo dar.
Si miramos las grandes caídas de principios de agosto, pocos ven las grandes subidas de las semanas anteriores y si alejamos lo suficiente el foco, poca distancia hay de unos pocos meses atrás.
Para un inversor que no esté conectado al número, ni a las noticias financieras ni a los gurús del desastre monetizable y cuyo mayor esfuerzo haya sido decidir que actividad familiar iba a realizar en sus días de asueto, ninguna molestia le hubiera afectado.
Dicho esto, cada inversor deberá decidir que modelo se ajusta mejor a su personalidad y si uno decide que convivir con el número le aporta, nada que digamos debe alejarle de actuar como considera.
Disfruten de sus vacaciones y de las cosas importantes de la vida.