Los Incentivos en Inversión y Finanzas: la Trampa de los Castigos y Recompensas

Un café tranquilo en Nueva York, con mesas de madera y el aroma a café flotando en el aire. Dos hombres sentados junto a la ventana, cada uno degustando su propia taza de la preciada infusión. Uno, con un aire reflexivo y una chaqueta gastada, hojea una copia de Poor Charlie’s Almanack. El otro, con una camisa impecable y una sonrisa irónica, teclea ocasionalmente en su portátil. De repente, empiezan a conversar:

KB : ¿Sabes?, cuando pienso en los inversores, en los gestores, y en la mayoría de actores del mundo financiero o corporativo, no me quito de la cabeza algo que dijo Charlie Munger: “Muéstrame el incentivo y te mostraré el resultado.” Es como si todos estuvieran atrapados en una máquina gigante de castigos y recompensas, corriendo hacia las zanahorias y esquivando los palos. Pero, ¿quién paga el precio cuando la máquina se avería y se empieza a descomponer?

BQ: Oh, la máquina de incentivos. Es básicamente el sistema operativo de Wall Street. Mira, un gestor de fondos no es un gurú meditando dentro de una cueva. Tiene jefes, inversores, rankings trimestrales, y un bono que quiere llevarse a casa. Si el mercado dice “compra IA”, y sus competidores están comprando IA, ¿qué va a hacer? Va a comprar IA, aunque las valoraciones sean una locura. No es irracional; simplemente juega a su propio juego.

KB: Pero ese es el problema, ¿no? El juego está diseñado para el corto plazo. Piensa en alguien como Cathie Wood con ARK Invest. En 2020, su fondo estaba enchufadísimo, comprando todas las tecnológicas que podía, cuanto más disruptivas tanto mejor. Cada dólar que entraba era una palmadita en la espalda, más comisiones, más titulares. Era una recompensa tras otra. Pero cuando el mercado se dio la vuelta en 2022, y su fondo cayó más del 60%, los inversores se llevaron el golpe. Ella no sintió el mismo dolor.

BQ: Claro, porque los incentivos no están alineados. Mira los números: ARK cobra una comisión sobre sus activos bajo gestión. Si tu fondo crece de 10 mil millones a 50 mil millones porque todos quieren subirse al tren de la “disrupción”, tú ya te llevas tu comisión por delante, incluso si luego todo se desploma. Y aquí está la parte divertida: incluso después de la caída, sigues cobrando una comisión sobre lo que queda. Es como si te pagaran por ir conduciendo tu coche como si fuera un fórmula uno, pero no te pusieran ninguna multa.

KB: Es una gran analogía. Pero me hace pensar en algo más profundo. Los gestores no son malas personas. Son humanos, como tú y como yo, que no hacen sino responder a lo que el mundo les pone delante. Si les pones una zanahoria bien jugosa –un bono récord, una portada en Financial Times– van a correr hacia ella. Si les intentas atizar un buen palo –inversores enojados, un ranking vergonzoso–, van a intentar esquivarlo. El problema es que esas zanahorias y esos palos no siempre representan lo más correcto.

BQ: Totalmente. Y el sistema lo refuerza. Piensa en los hedge funds que se volcaron en la inteligencia artificial en 2023 y 2024. NVIDIA estaba en la luna, y todos querían un pedazo de la narrativa de “la IA cambiará el mundo”. Los gestores sabían que algunas de esas acciones tenían PERs de tres dígitos, pero si no compraban, sus fondos palidecerían en comparación con los que se habían cargado de IA. Así que compraron, porque la recompensa era inmediata: retornos jugosos, inversores felices, un cheque más grande. Luego, cuando algunas empresas de IA se pegaron un buen tropezón, llegaron las pérdidas. ¿Y quiénes se llevaron verdaderamente el palo? Los inversores, no el gestor.

KB: Eso me recuerda a algo que Munger diría: los incentivos son el motor del mundo, pero a veces el motor está mal calibrado. Es como si los gestores estuvieran conduciendo un coche pisando a tope el acelerador, pero sin frenos. Y los inversores son los pasajeros que van sentados detrás, esperando que todo salga bien.

BQ: (Riendo) ¡Exacto! Y aquí está la ironía: el gestor no está haciendo nada “malo” en el sentido técnico. Si su contrato dice “te pagamos el 20% de las ganancias”, y él maximiza las ganancias este año, está cumpliendo su trabajo. Si el mercado se cae el próximo año, bueno, eso es sólo “volatilidad”. La estructura de incentivos no le pide que sea un héroe a largo plazo; le pide que gane la carrera de hoy.

KB: Pero entonces, ¿cómo salimos de esta trampa? Porque no podemos simplemente culpar a los gestores y seguir adelante. Si los incentivos están rotos, ¿cómo lo arreglamos? ¿O es sólo una de esas cosas que aceptamos, como el clima?

BQ: No es imposible, pero es complicado. Mira, una forma es cambiar la forma en que pagas a los gestores. En lugar de un bono anual basado en retornos anuales, hazlo a cinco años. O mejor aún, haz que inviertan su propio dinero en el fondo, así sienten las pérdidas como los inversores. Pero aquí está el problema: los inversores mismos a menudo quieren resultados rápidos. Si tu fondo no está en el top 10 este trimestre, llega la catarata de traspasos que se encamina hacia el tipo que compró más IA.

KB: Eso es cierto. Los inversores también están atrapados en el mismo juego de castigos y recompensas. Pero creo que aquí tocamos algo más importante. Los mejores gestores, los que duran décadas, son los que construyen un mundo donde los incentivos a corto plazo no los controlan. Piensa en Warren Buffett. No persigue titulares ni rankings. Compra empresas que le gustan, las mantiene durante años, y no cobra comisiones variables por mejorar un benchmark. Es como si hubiera apagado la máquina de las recompensas rápidas.

BQ: Buffett es una anomalía, amigo. Es como un unicornio financiero. Pero tienes razón: él diseñó su propio juego. La mayoría de los gestores no tienen ese lujo. Están en su rueda del hámster, y si se bajan, el mercado los pasa por encima. Aunque, para ser justos, algunos lo intentan. Hay fondos que están experimentando con estructuras de “incentivos alineados”, como los que monta un pequeño grupo de gente como vehículo para canalizar su ahorro que luego abre a otros inversores para conseguir economías de escala o los que implementan comisiones basadas en retornos a largo plazo o penalizaciones si las pérdidas son demasiado grandes. Pero es una gota en el océano.

KB: Tal vez la respuesta no es sólo cambiar las reglas, sino cambiar la forma en que pensamos. Si los gestores y los inversores entendieran este sesgo –que todos estamos corriendo tras zanahorias y esquivando palos–, podrían hacer una pausa y preguntarse: “¿Esto que estoy haciendo es por una recompensa rápida, o porque es lo correcto?” Es una pregunta simple, pero muy potente; podría cambiarlo todo.

BQ: (Sonriendo) Ahora suenas como un filósofo. Pero no está mal. El autoconocimiento es barato y muy poderoso. Aunque, siendo realistas, el mercado no premia a los filósofos. Premia a los que corren más rápido, hasta que se la pegan. Así que, tanto si eres un gestor como un inversor, tal vez el truco sea construirte una burbuja donde puedas pensar como Buffett, aunque el resto del mundo esté gritando “¡compra IA!”.

KB: (Riendo) Una burbuja de sentido común. No suena nada mal. Pero tienes razón: los incentivos son como la gravedad. No puedes ignorarlos, pero puedes aprender a trabajar con ellos. Y si eres un inversor, tal vez la lección es elegir gestores que no estén obsesionados con ganar la carrera de hoy, sino con recorrer el camino, un camino protegido que les permita llegar a su destino.

BQ: Exacto. Y si todo falla, solo recuerda la regla de Munger: muéstrame el incentivo, y te mostraré el resultado. Ahora, ¿quieres otro café, o seguimos desmontando Wall Street?

 

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