Si un día se me apareciese un genio de una lámpara, le pediría tener buena suerte.
La buena suerte es la carta que vence a todas las demás.
La diferencia entre estar desahuciado y sin esperanza o coger tus últimos recursos, jugártelo todo al peor caballo del hipódromo y salir millonario.
No tiene rival. Es simplemente así.
Si ese deseo no fuera posible, entonces le pediría tener un buen proceso, constancia y optimismo.
Ni se le acerca en cuanto a resultados, pero es con diferencia la segunda mejor apuesta.
La suerte, o en su defecto la carencia de la misma, marca nuestras vidas de un modo que difícilmente somos capaces de reconocer. Seguro que has conocido a mucha gente de tu entorno que tiene suerte en aquello que hace y a otros tantos a los que todo parece que siempre se les tuerce.
El mejor acercamiento que he tenido a la suerte es el concepto de ergodicidad. Al final, por la ley de los grandes números y repitiendo el mismo proceso un número igual de veces, obtendrás a gente que encajaría en una definición y otra en otra.
La mano improbable que salvó a FedEx
Fred Smith tenía todo menos suerte.
Había fundado Federal Express con una idea brillante, ejecutado con valentía y convencido a inversores de que el mundo necesitaba entregas exprés. Pero las cuentas no salían. Las pérdidas eran insostenibles. Una tarde, con apenas 5.000 dólares en la cuenta y una factura de combustible de 24.000, FedEx se tambaleaba sobre el abismo.
¿Qué hizo Smith?
Cogió el dinero, voló a Las Vegas y lo apostó al blackjack.
Literalmente. Apostó su futuro en una mesa de casino.
Ganó. 27.000 dólares. Suficiente para repostar los aviones y seguir una semana más.
Poco después, levantó una ronda de financiación. FedEx sobrevivió. Hoy es una multinacional que mueve millones de paquetes al día. Pero todo eso —toda esa maquinaria logística, esa eficiencia quirúrgica, esos hubs robóticos— pendió durante unas horas de una carta más o una carta menos.
Mauboussin, el ajedrez y el póker
Michael Mauboussin —uno de los pensadores más lúcidos sobre el éxito— tiene una pregunta que debería grabarse en cada decisión importante:
“¿Hasta qué punto este resultado se debe a la habilidad y cuánto a la suerte?”
Si juegas al ajedrez, el margen de suerte es mínimo. Si lanzas una moneda, el margen es total.
Pero la vida real —invertir, emprender, elegir a tu pareja, decidir tu carrera— se parece mucho más al póker que al ajedrez. Hay cartas buenas, cartas malas y decisiones que sólo tienen sentido si sabes que estás jugando a largo plazo.
Fred Smith no era imbécil. Apostar en Las Vegas no fue una estrategia racional, pero sí fue un acto desesperado dentro de un plan mayor.
¿Fue mérito? ¿Fue suerte?¿Ambas cosas?
Tampoco nos engañemos, si el crupier reparte otra carta, no hubiera habido historia que contar. Y aunque esto daría lugar para otro artículo, los americanos son muy buenos contando historias, especialmente cuando el final ha sido exitoso.
El espejo deformante de los resultados
Una de las ideas más poderosas de Mauboussin es esta:
No puedes juzgar la calidad de una decisión por su resultado.
Puedes tomar la mejor decisión posible y fracasar. O tomar la peor y tener éxito.
Fred Smith jugó una mano absurda y ganó.
¿Fue una buena decisión? No. Fue un resultado afortunado.
Pero sin esa mano, su proceso —que sí era bueno— habría muerto igualmente.
Esto es lo más desconcertante de la suerte: disfraza sus apariciones con trajes de mérito.
Ganamos y creemos que lo merecíamos. Perdemos y lo atribuimos a factores externos. Lo que se conoce como el sesgo del autoservicio.
La vida no es ergódica
Ole Peters le ha dado bastantes vueltas a una de las verdades más incómodas de la vida: la no ergodicidad.
En términos simples, significa que lo que le pasa al promedio de un grupo de personas no es lo mismo que le pasa a una sola persona al repetir la misma experiencia muchas veces. En otras palabras, las estadísticas grupales no describen tu trayectoria personal.
Imagina jugar a la ruleta rusa con una Magnum. Si mil personas juegan una vez cada una, es probable que la mayoría sobrevivan. El promedio parece benigno. Pero si una sola persona juega mil veces, su destino está prácticamente sellado. Eso es lo que Peters quiere que entendamos: el promedio no te protege si tú eres el que vive las consecuencias en serie.
En los modelos ergódicos —como lanzar un dado muchas veces o calcular medias en una simulación— se puede fallar de vez en cuando porque los errores se diluyen con el tiempo o entre individuos.
Pero la vida real no funciona así. No puedes reiniciar fácilmente desde cero después de arruinarte, una enfermedad grave o una cometer un delito que destruya tu reputación.
Una sola mala tirada puede dejarte fuera del juego para siempre.
Por eso, el objetivo racional en este sistema tan adicto al atajo que es nuestra incierta vida normal, no es maximizar el beneficio, sino evitar la eliminación permanente.
Tu estrategia no debería ser «cómo puedo ganar más», sino «cómo puedo permanecer en juego lo suficiente como para tener una oportunidad de ganar».
Esto cambia por completo nuestra forma de pensar el riesgo. Significa que no deberías asumir riesgos que, si salen mal, te dejan sin segunda oportunidad.
Significa que construir redundancia, tener un colchón financiero, cuidar la salud mental, diversificar tus fuentes de ingresos o reputación no son lujos ni debilidades.
Son adaptaciones evolutivas a un entorno no ergódico.
Bajo este prisma, lo que hizo Fred Smith se podía entender porque prácticamente ya estaba desahuciado, pero no es una estrategia sólida para cualquiera con dos dedos de frente salvo que ya te dé exactamente igual perderlo todo.
Seguro que te imaginas más de un fondo de inversión que empezó con una filosofía clara y transparente, y tras un periodo largo de malos resultados, viéndose al borde del abismo, cambió completamente la filosofía y se lo jugó todo al Bitcoin, o a otro activo X, logrando un éxito importante. Jugárselo todo a una carta y rezar.
Ambas estrategias te pueden salvar de la destrucción cuando la desesperación es total, pero seguro que coincidimos en que jugárselo todo al Blackjack no es una estrategia sostenible en el tiempo si no hay un sistema fuerte detrás como por ejemplo consiguió Ed Thorp.
La clave no es ganar más. Es sobrevivir
Porque en la vida real, no gana el que más arriesga. Gana el que sigue vivo cuando llega la buena racha.
Diseñar un proceso que incluya la suerte
Cuando no puedes controlar los resultados, controla el proceso.
No puedes decidir si mañana se cruzará en tu camino la persona que cambiará tu vida, si el mercado subirá, o si ese cliente firmará el contrato.
Pero puedes decidir si actúas con margen de seguridad, si diversificas, si no te defines por el último golpe de suerte ni por el último revés.
El buen proceso es un sistema que convierte a la suerte en aliada, no en verdugo.
Un diseño que, si llega la oportunidad, te encuentra preparado. Y si no llega, te mantiene vivo.
La trampa del mérito absoluto
Mauboussin lo llama “reversión a la media”.
Esa tendencia de lo extraordinario a volverse ordinario con el tiempo.
Cuando confundimos suerte con habilidad, el ego se infla, se doblan las apuestas… y el siguiente revés se convierte en fatal.
La pregunta sensata no es “¿lo hice bien?”, sino “¿cuánto de esto dependió de mí?”
Fred Smith fundó una gran empresa. Pero esa empresa existió porque ganó una partida que no estaba diseñada para ganarse.
La suerte le sonrió.
Y él estaba preparado para recibirla.
Suerte estructural vs. suerte puntual
No todas las suertes son iguales.
Está la suerte estructural: haber nacido en un entorno estable, con salud, en una época de paz. Y está la suerte puntual: esa llamada inesperada, ese cruce fortuito, esa carta en el blackjack.
Ambas importan. Pero la estructural te da oxígeno a largo plazo. La puntual, si no estás preparado, puede matarte tanto como salvarte.
Humildad radical y antifragilidad
Aceptar que el éxito no depende solo de ti no es resignación, es estrategia.
Te obliga a construir sistemas más resistentes, a no sobreestimar tu control sobre el mundo, a dejar hueco para la duda y a prepararte para el azar.
Mauboussin nos enseña a pensar en términos de probabilidades.
Peters nos recuerda que una sola mala jugada puede arruinarlo todo.
Al final, el objetivo no es destacar, sino persistir.
Y Fred Smith…
Fred Smith apostó en Las Vegas, ganó, y fundó una leyenda.
Pero como bien nos recuerda Ed Thorp en su biografía, tras haber reventado varios casinos, es que el verdadero mensaje no es que tengas que jugarte todo a una mano.
Es que, si un día tienes esa suerte, te haya encontrado en el juego, con las cartas en la mano y el temple necesario para no malgastarla.
Y que antes de pensar que estás predestinado para el éxito o para el fracaso, seas consciente de la importancia de la suerte.
Si has tenido suerte, piensa que en el siguiente reto te puede abandonar.
Si ha sido mala suerte, piensa que siempre hay una carta por repartir y que hasta que no suena el final del partido la esperanza sigue ahí.