No deja de sorprenderme cómo el paso de los años nos da nuevas perspectivas sobre la manera en que veíamos las cosas cuando éramos niños o, simplemente, más jóvenes.
No todo son arrugas y canas. El paso del tiempo también nos permite enriquecer nuestro punto de vista y entender mejor por qué las personas de nuestro entorno tomaron esta o aquella decisión que en su momento veíamos irracional o equivocada.
En esta línea, hoy las nieves del tiempo me trajeron de nuevo recuerdos de mis abuelos paternos. Unos abuelos cuya manera de entender el mundo me costaba entender cuando era niño. Frugales hasta la médula, incluso cuando se trataba de sentimientos, mucho tiempo después de que ya no estén, me ofrece otra manera de valorar lo que hicieron bien y comprender lo que quizá hicieron mal.
Mi abuelo nació en un pequeño pueblo del Rincón de Ademuz. Una zona rural y poco desarrollada en un entorno natural muy bello. Con muchos hermanos, el ayuno involuntario formaba parte de su dieta, lo cual le acompañaría gran parte de su vida y quién sabe si contribuyó a su longevidad muchas décadas después.
Voraz lector y con facilidad para las matemáticas, logró destacar en aquello que se proponía, y con la tristeza infinita de tener que vivir una guerra civil, consiguió ser seleccionado para ser piloto de caza de combate, siendo instruido en la antigua URSS.
De aquella época nos quedaron algunas historias que siempre nos contaba antes de romper a llorar como un niño, pues aquello, y todo lo que vino después, fue ciertamente doloroso.
Luchó en el bando opuesto al de mi familia materna, y una vez terminada la guerra, feliz en la playa pensando que aquello quedaba atrás, acudió a la cita para renovar su DNI, momento en el cual fue apresado y condenado a muerte.
Con el tiempo averiguamos que salvó la vida gracias a la viuda de un héroe del bando nacional al que había abatido, porque aquella buena señora declaró en el juicio que “fue mi marido el que murió, pero en una guerra perfectamente pudo ser al revés”, y aquello parece ser que decantó la balanza para que se mantuviese con vida, y por tanto hoy yo pueda escribir estas palabras.
Lo que vino después fueron años de prisión, en condiciones realmente infrahumanas, en los que una “corfa” de naranja, como le decimos por aquí, era un manjar excelso.
Fue su habilidad con las matemáticas lo que le mantuvo con vida , al ganarse ciertos privilegios con los guardias, en una suerte de “Cadena perpetua”. Alcanzó su particular Zihuatanejo años más tarde, reincorporándose a la vida civil, no sin su mancha de rojo que llevaría a la espalda durante décadas.
Mi abuela llevó una vida bastante distinta, pues la huerta valenciana surtió de comida a esa parte de nuestra familia. Aunque nunca vivió en la abundancia, el hambre no fue tan dura como en el caso de mi abuelo, pero también tuvo que atravesar su particular via crucis.
Perdió al que fuera el amor de su vida en la guerra, y el paso del tiempo unido a la idea de no encontrar pareja, fueron lo que la llevó a buscar una segunda oportunidad con mi abuelo. Nunca tuve claro si estuvo tan enamorada de él, como él lo estuvo de ella. Quizá sí, pero a su manera. Expresar los sentimientos nunca ha sido el fuerte de esta rama de la familia.
Pasó el tiempo y construyeron una familia con tres hijos. La conciliación familiar no se llevaba mucho por aquella época y mi abuelo encadenaba un trabajo con otro, en jornadas que se prolongaban desde la madrugada al anochecer.
Mi abuelo fue ante todo un currante: un hombre inteligente y trabajador.
Mi abuela, en cambio, fue inversora y empresaria en un mundo de hombres. Nunca se le reconoció el mérito, pero quiero pensar que su inteligencia para los negocios de algún modo me ha ayudado en mi propio camino empresarial.
En cuanto tuvo oportunidad abrió una tienda, y esto se convirtió en una constante a lo largo de su vida. Con mano de obra barata de mis tíos, que, creo, fue su mejor máster para convertirse los tres en grandes directivos, fueron prosperando en los diferentes negocios que iniciaron.
La parte más curiosa quizá es qué hacía mi abuela con los beneficios que iban extrayendo de los negocios y es esta la razón que inspira este artículo. Se dedicó a comprar y vender terrenos y a acumular pisos que iba pagando con los propios alquileres.
“A peseta el palmo”, iba buscando oportunidades, al principio sola y posteriormente con una amiga, lo que le permitió escalar las operaciones.
Para crear las tiendas, aprovechaba que mi abuelo trabajaba en almacenes de patatas para conseguir el producto a buen precio y luego distribuirlo. A partir de aquí iba ampliando la cartera de productos a distribuir.
Para comprar los terrenos se valía de que mi abuelo echaba horas como delineante en el catastro, lo cual le permitía obtener una ventaja competitiva en la búsqueda y selección.
Aquí ya se ve una de las primeras lecciones. Busca algo que te de ventaja y explótalo.
Otra de las lecciones, como hemos visto, consiste en buscar activos que generen flujos de caja y costear esos mismos activos con dichos flujos. Algo que siempre hay que hacer con la prudencia de la que venimos hablando en estos mismos artículos.
Una cuestión curiosa es que mi abuelo nunca supo vender, y siempre quería hacerlo de manera rápida y por bajos precios. Mi abuela era el extremo opuesto y practicaba un «buy and hold» acérrimo. Esto hizo que incluso cuando tenía que vender por verse obligada por mi abuelo, ponía precios muy altos que curiosamente finalmente se pagaban.
Uno de los arrepentimientos de mi abuela, fue que compraron terrenos precisamente en la zona en la que vivo, que hoy tendrían un valor muy alto, pero al poder venderlos por un beneficio, los rotaron por otros terrenos que veían más baratos. Otra señal importante aquí, pues es todavía más difícil conservar un activo cuando sube fuertemente que cuando cae a plomo.
El refranero español con su «más vale pájaro en mano que ciento volando», nos priva en mas de una ocasión de aprovechar las maravillas del interés compuesto. Comprar bien y mantener, evitando erosionar la estructura patrimonial con los impuestos, es probablemente y seguirá siendo, una de las mejores fórmulas de acumular riqueza intergeneracional.
La frugalidad que practicaban les permitió alcanzar altas tasas de ahorro, que combinadas con una diligente inversión, obraron el milagro de que una familia estigmatizada por la guerra, prosperase y construyese un humilde patrimonio que, años después, ha permitido a sus hijos contar con un “fondo de cohesión” para comer juntos, viajar y disfrutar en familia.
Mi abuelo siempre quiso que lo que dejase detrás sirviese para esto, y creo que hoy podría estar orgulloso de lo que hizo. No dejaron una gran fortuna ni mucho menos, pero sí lo suficiente para que la familia pudiese pasar tiempo junta, que es el activo más preciado.
Siempre pensé que su extrema frugalidad les privó de disfrutar del fruto de su esfuerzo, pues incluso cuando llegó la democracia y lo nombraron comandante con unos ingresos ciertamente elevados, su primera decisión fue comprar un coche nuevo, y dudo que encontrase alguno con menos extras en el concesionario. Si lo recuerdo tan bien es porque por giros de la vida fue el primer (y parco) coche que heredé.
Mi recuerdo de ellos de niño, respecto a su relación con el dinero, no era muy positivo, pues su frugalidad, por no decir tacañería, era difícil de de entender a esa edad. Sólo el paso del tiempo me hizo entender que las cicatrices de aquello por lo que pasaron y el miedo a repetirlo, los marcaron tan profundamente que cualquiera en sus zapatos probablemente hubiera actuado igual.
Somos lo que nuestras vivencia hacen de nosotros, y esa impronta, como comentamos una semanas atrás, es ciertamente compleja de cambiar.
Nunca le he dado importancia debida a un hecho insólito que fue posible gracias a ellos. Cuando llegó la democracia y alcanzaron cierta prosperidad, decidieron donarnos a los niños una cantidad que hoy no parece gran cosa, pero que entonces supuso un esfuerzo considerable. Durante años mi padre gestionó esa cantidad en plazos fijos, y, ya cuando terminé la universidad, seguí haciéndolo yo en los mismos productos.
Esta fue la primera cantidad que tiempo después me permitió dar la entrada para la casa, y cuando la constructora quebró y me devolvió el dinero, me permitió empezar tímidamente a invertir.
De alguna forma, todo lo que ha venido después fue posible gracias a aquella semilla, que sin libros de cómo educar financieramente a tus hijos, tanto mis abuelos como mis padres sembraron.
Volviendo al principio, una nueva mirada al pasado nos hace entender mucho mejor el camino polvoriento que otros recorrieron y las razones que los llevaron a ver la vida de un modo u otro. Hoy mi recuerdo de aquel pasado es mucho más amable de lo que viví entonces, y me reconforta pensar que mucho de lo que he podido llegar a hacer viene de modelos mentales que otros me inculcaron con su ejemplo.
En otra ocasión abordaremos la rama materna, y la gran importancia del cariño y el amor como ejes de una vida feliz. Otras formas de ver la vida, aún siguiendo planteamientos diametralmente opuestos, también nos dejan lecciones muy valiosas.
El dinero es sólo una herramienta, que si no sabemos usar o disfrutar poco hará por nosotros. El oficio de acumular cosas puede ser apasionante y darnos cierta seguridad, pero no debe hacernos olvidar que una vida dedicada a ser el mejor acumulando cosas es, en realidad, una vida malgastada.
En el equilibrio como siempre está la virtud. ¡Qué fácil y qué complicado! ¿verdad?
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Si queréis saber algo más, la imagen de portada sale de este artículo sobre mi abuelo