Hay muchos aprendizajes que se pueden sacar de una vida centenaria.
El primero y más sencillo, es que el ingrediente indispensable para que el interés compuesto se manifieste en su máxima expresión es el tiempo.
Sin el tiempo suficiente, incluso las mejores ideas no empiezan a germinar.
Una cartera bien diseñada y ejecutada, sin el tiempo suficiente quedará en nada.
La vida de Charlie fue muy dura. Perder a un padre a los 8 años y probablemente sufrir abusos sexuales ese mismo verano, podrían haber desequilibrado a cualquiera, creando traumas de los que jamás uno se podría recuperar.
No fue el caso de Charlie, que pese a un comienzo vital tan difícil, adquirió la compleja habilidad, de quedarse con lo bueno del pasado, eliminando lo malo.
En una vida inversora que deberíamos medir en décadas, sucede algo similar. Los comienzos pueden ser realmente caóticos dependiendo del contexto y las circunstancias en que uno empieza.
Incluso las mejores estrategias pueden tener una primera década nefasta en el peor de los casos, o inferior a la media durante largos espacios de tiempo en la mayoría de ellos. Sólo la perseverancia y mantenerse fiel al proceso nos pueden ayudar a que incluso perdiendo muchas batallas, se acabe ganando la guerra.
En sus últimos años de vida, la pregunta más habitual que le hacían a Charlie era saber cuál era el secreto para vivir una vida tan longeva.
¿Estaría la clave en dormir ocho horas al día, comer mucha fruta o verdura, hacer deporte, no fumar ni beber, como solemos entender que se vive una vida saludable?
Su respuesta clara y directa era simplemente, que tuvo buena suerte.
Cuando nos lanzamos a la arena inversora, múltiples consejos y lugares comunes comienzan a formar parte de nuestra filosofía inversora.
Acumular empresas que paguen dividendos, indexarse, ahorrar un porcentaje alto de nuestros ingresos, encontrar los mejores fondos de inversión… Todas son buenas ideas, pero nada nos garantiza sobrevivir a las diversas zozobras financieras que agitan nuestro camino a lo largo de toda una vida.
La suerte, por mucho que nos duela, jugará siempre un papel mayor del que creemos, tanto en los momentos buenos como en los malos. Los lugares comunes sólo nos dan una falsa sensación de seguridad, al estar compartidos por otros como nosotros.
Que sean compartidos, no significará que sean veraces. O al menos, que sean veraces siempre. Simplemente nos sentiremos más seguros respaldados por el juicio de las masas.
El caos siempre está a la vuelta de la esquina. En el largo plazo es una bendición, en el corto un motivo de angustia. Elegir tu marco mental te puede cambiar la vida.
A río revuelto, ganancia de pescadores.
De todo el libro, la enseñanza que más me impactó fue sin duda la capacidad de Charlie de no tener miedo a la hora de abrazar la incertidumbre.
Los seres humanos odiamos la incertidumbre. Nos asusta tomar conciencia de que no tenemos el control de los acontecimientos, cuando realmente si uno lo piensa en frío, rara vez lo tenemos de verdad.
Charlie no tuvo miedo a soltar amarras, a navegar las aguas que le tocaba navegar. Ejerció de médico durante la Gran Depresión, llegando difícilmente a fin de mes, con muchos clientes que no le podían pagar.
Se arriesgó a perder los clientes de esa difícil época para embarcarse en la Segunda Guerra Mundial, donde pudo aprender los valiosos conocimientos de anestesia que tantos beneficios le proporcionarían después.
Uno de los grandes patrones de su vida fue ese. Mantenerse curioso y no perder la capacidad de aprender. Decir si a las distintas experiencias que la vida le ofrecía y no perder el entusiasmo incluso cuando perdió a su mujer de un suicidio o el mismo se veía asediado en sus últimos años por una enfermedad que le ganaba terreno.
Para el inversor longevo, la curiosidad y la paciencia, son y seguirán siendo las mejores habilidades a cultivar. Aprender cosas nuevas, desafiar las creencias preconcebidas y en muchas ocasiones, matar al pasado para poder dar vida al presente.
Otro de los rasgos que hicieron diferente a Charlie, fue su capacidad para ignorar completamente lo que pensaran los demás.
En una anécdota narrada en el libro, su hija Madelyn cuenta como una tarde estaba al teléfono angustiada contándole a una amiga sobre una vecina que estaba hablando mal de otra persona. La llamada terminó con su hija iracunda, preguntándole si podía creer que alguien actuase de esa forma.
Charlie después de haber observado toda la conversación, aconsejó a su hija pasar completamente de ello. “Te vas a matar preocupándote de esas cosas. Yo no tengo tiempo para personas así”.
Cientos de años de sabiduría, en un consejo lacónico.
En nuestro camino, nos encontraremos con fanáticos de todo tipo que desautorizarán las cosas que hacemos por extrañas razones que uno difícilmente llegará a comprender.
Ganar dinero invirtiendo es una travesía solitaria. No se gana más señalando a los demás como deben invertir. ¿Qué nos importa que a ojos de otros no les guste como hemos decidido plantear nuestra cartera?
No tener tiempo para personas así no sólo nos ayuda a no perder el foco en nuestra cartera, sino que libera nuestro cerebro para dedicarle tiempo a lo que realmente importa.
Como bien nos recuerda Epicteto, una buena educación consiste en distinguir sobre las cosas en que nosotros tenemos poder pero otros no. Bajo nuestro control, está nuestra voluntad y los actos que emanan de ella. Nuestro cuerpo, patrimonio, padres, hermanos, hijos o el devenir del país son fuentes vanas de preocupación, pues todas en mayor o menor medida se rigen por fuerzas que escapan a nuestro control.
Esto que Charlie siempre tuvo presente, le ayudó a no dedicar tiempo o esfuerzo a todo aquello que realmente no controlaba.
Esa energía nunca se recupera y sólo nos desgasta.
De igual manera, la macroeconomía, predecir la dirección del mercado o especular sobre sucesos que pueden suceder, puede ser un ejercicio de entretenimiento, pero en la mayoría de casos, nos diluirán en un mar de preocupaciones del que una vez dentro cuesta salir.
Charlie nunca se tomó demasiado en serio y no le dio nunca demasiado espacio a sus triunfos ni a sus fracasos.
Es fácil creernos superiores a otros en momentos de mercados alcistas y caer completamente derrotados cuando el viento nos sopla en contra.
Dejar ir las cosas. Tratar al Triunfo y al Desastre como impostores que son, como nos recordaba Kipling.
Hay muchas más enseñanzas, que trataremos de abordar en la tercera parte. 109 años dan para mucho.