Nota importante: Escribí este artículo desde mi faceta empresarial dirigiendo una empresa de ingeniería, pero creo que tiene bastantes aspectos interesantes sobre la concepción del riesgo, útiles para cualquier inversor en renta variable, razón por la que he pensado interesante compartirla aquí.
Hay dos bromas que suelo contar de vez en cuando, que causan cierta sorpresa y perplejidad en quien las escucha.
Una es que “soy el peor ingeniero que conozco”, y otra que en mi próxima vida “tendré una empresa de cualquier cosa menos de ingeniería”.
La primera, causa cierto estupor, pues en teoría, si diriges un equipo de ingenieros brillantes, en una empresa con múltiples proyectos exitosos desarrollados, deberías ser todavía más brillante. La realidad, sin embargo, es bastante más poliédrica, pues las mejores características para un ingeniero, son la meticulosidad, la visión espacial, el cálculo y en general, la cuantificación para abordar un problema complejo con un marco de certidumbre. Resumiendo, la capacidad de minimizar el riesgo a través del método científico y la técnica. Ser un poco cuadriculado en el buen sentido, vaya.
Créeme, que es complejo de aceptar para mi ego, pero básicamente, si hubiera tenido que aplicar para desarrollar mi carrera dentro de un departamento de Ingeniería como el nuestro, es muy probable que me hubiesen despedido por buenas razones al poco tiempo de empezar.
La segunda, es que como inversor profesional y tras analizar bastantes modelos de negocio diferentes, uno llega a la conclusión de que las mejores empresas, medidas por la predictibilidad en generación de flujos de caja, NOPAT (Ganancia neta operativa después de impuestos), y otros palabros infernales, tienen negocios aburridos y sencillos, que uno difícilmente esperaría, tales como pastelerías centenarias en los centro de las ciudades, gestión de autopistas o agencias de calificación de deuda entre otros.
La idea de escribir este artículo, viene de la lectura del muy recomendable libro, Boom. Bubbles and the End of Stagnation de Byrne Hobart y Tobias Huber y de los recientes acontecimientos que nos han golpeado a muchos valencianos con las inundaciones de la DANA.
Entre muchas ideas interesantes, en el libro se describe cómo hemos pasado de vivir en el pasado siglo con la palabra progreso, que protagonizó grandes avances tecnológicos como la aviación comercial, el proyecto Manhattan que creó la tecnología nuclear (para bien y para mal), o el proyecto Apollo que puso a un hombre en la Luna, y que nos hacía pensar que en 2020 iríamos con coches voladores, viviríamos en otros planetas o trabajaríamos sólo 20 horas a la semana, a una época en que esta palabra se ha sustituido por innovación, donde pequeños cambios que incrementen la rentabilidad del negocio son preferibles a cambios tecnológicos radicales que pongan en riesgo la supervivencia de la empresa.
En resumidas cuentas, vivimos en una época alérgica al riesgo, en la que además tenemos la sensación de que la mayoría de los riesgos han sido domados por la tecnología y por el hombre.
Si nos retrotraemos a la fatídica mañana del 29 de octubre, la mayoría de nosotros daríamos una probabilidad cercana a cero de que realmente se pudiera producir algo como lo que solo unas horas mas tarde se produjo. Los valencianos de una cierta edad, tenemos en la retina los recuerdos borrosos de la “pantaná” de Tous, que desbordó la presa e hizo que en muchos pueblos como Sumacárcer, todavía tengan en las calles placas con la altura que alcanzó el agua en ellas.
Tras la “pantaná”, y anteriormente con la “riuá” que inundó la capital del Turia, se tomaron medidas que protegían utilizando la técnica y la ingeniería, de desastres como los que sucedieron. De nuevo, puedo decir que en mis cuarenta y tres años, no recuerdo ver niveles tan altos del cauce nuevo del río, aunque es cierto que comentando con mi padre, parece que si se vivieron niveles muy altos en estas cuatro décadas. La memoria como sabemos es bastante selectiva.
No soy, ni aspiro a ser, ningún experto en ingeniería civil hidráulica, por lo que simplemente nos quedaremos con este ejemplo, de que el cauce nuevo funcionó bien, pero que otros puntos como el barranco del Poyo o el rio Magro y sus presas, no estaban preparados para lo que vino. Por supuesto no quiero entrar en temas políticos sobre porque se pudieron hacer cosas y no se hicieron, los avisos a la población y la posterior consecuencia de intervenir tardíamente. El ejemplo nos sirve para reafirmar la definición de riesgo que más me convence tras muchos años batiéndome el cobre con el mismo, que es más o menos que, “riesgo es entender que muchas más cosas pueden suceder, de las que realmente acaban sucediendo”.
Es decir, que por mucho que nos acerquemos con modelos de predicción meteorológica, construcciones hídricas, sistemas de avisos poblacionales etc.. la probabilidad de que todo salte por los aires con el escenario más pesimista y destructivo, nunca es cero y debemos aceptarlo y prepararnos para ello.
Un punto que me resulta especialmente útil, es que siempre, tras un desastre como la pandemia, la crisis financiera de 2008 o las inundaciones, el ser humano tenemos la costumbre de tomar medidas y poner mucho el foco en acciones aplicables para esa crisis, que de nuevo por una mera cuestión probabilística es ciertamente difícil (o no), que vuelva a suceder en el corto plazo. Es lo que los conductistas conocen como sesgo de recencia,dando mayor importancia a los últimos eventos vividos.
La receta empresarial para saber cómo actuar en la siguiente pandemia, con estructuras muy ligeras etc.. puede ser perjudicial para aprovechar vectores de crecimiento en épocas normales. La crisis del ladrillo en España post 2008, evidencia asimismo que el rechazo a adquirir activos cuando estalló la burbuja , a precios de derribo, -visto con la perspectiva actual-, los años posteriores a la explosión de la burbuja, carecía de sentido, sólo para pasar de nuevo al otro lado del péndulo años después y verlos de nuevo como activos libres de riesgo hasta la subida de los tipos de interés y quien sabe si cometiendo un nuevo error de juicio. Ejemplos ambos de que la receta para un acontecimiento puntual, difícilmente será aplicable para el siguiente si no se reproducen las mismas condiciones, y por mera estadística, difícilmente se producirán.
Sigamos avanzando. Esta vez tomaremos el ejemplo descrito en el libro, de los incendios en el sur de California comparados con los de Baja California, en México. Los estudios desarrollados, evidencian que permitir numerosos “pequeños” incendios, en ocasiones ayuda a prevenir grandes incendios con consecuencias devastadoras. Los grandes incendios vividos en el sur de California, son el resultado de las políticas de cero-riesgo, pues la eliminación de los pequeños incendios, generó grandes masas de combustible difícilmente controlables cuando el riesgo finalmente se materializó.
Análogamente, en nuestra sociedad, explican los autores, esta aversión total al riesgo es la que está generando un gran estancamiento, no sólo tecnológico, que además se va retroalimentando con menores niveles de natalidad, -especialmente interesante el ejemplo del descenso de la testosterona-, una sociedad envejecida y condiciones cada vez peores para la gente joven de acceder a una vivienda en propiedad. Todo de nuevo producido por la espiral de la búsqueda continua del riesgo cero, que incentiva que la brecha entre la generación boomer, propietaria de los activos y las generaciones recién llegadas, que deben hacerse un hueco en una cultura que ve con buenos ojos la búsqueda de una vida sin riesgo. “Hijo, hazte funcionario”et al.
Concluyendo. Necesitamos empresas que convivan con el riesgo y que aunque suene un poco extraño, lo abracen. Sean más o menos rentables, si bien con el tiempo una correcta aplicación de la ampliación de los límites tecnológicos suele reproducir el patrón “gradually and then suddenly”, -gradualmente y de repente de golpe-, que es lo que nos permite avanzar, como empresas y como sociedad.
En nuestro día a día, nosotros solemos tener la heurística de que dos de cada diez proyectos que realicemos nos van a dar problemas. Si no los estamos teniendo es que quizá estemos dejando de tomar riesgos medidos y pueden haber problemas mayores latentes, gestándose aunque aún no los veamos. Esto suena muy bien, pero realmente cuesta de aceptar, créeme. Es incómodo y desagradable, pero sin duda nuestra experiencia nos ha demostrado que también necesario.
Algunos de nuestros clientes están en situaciones similares, apostando por el hidrógeno en sus diferentes formas, aún sabiendo que el mercado puede no estar preparado todavía para ello y no hay una certeza de cuando lo estará o incluso si finalmente lo estará.
¿Es un error tener exposición a ese riesgo? En mi opinión el riesgo está en no exponerse y reproducir el cuento de la rana en la olla.
Quizá los problemas de muchos fabricantes de automóviles europeos estén en haber pasado demasiado tiempo introduciendo sólo tecnologías fiables en sus vehículos y buscando la “fruta madura más disponible”, mientras otras culturas como la china o la estadounidense han seguido empujando para causar disrupciones en el mercado, perdiendo durante muchos años grandes cantidades de dinero en proyectos, algunos de los cuales no llegaron a nada.
Una sociedad no puede avanzar sin la combinación del control del riesgo, con la asunción de que el riesgo nunca es cero y que es obligatorio, e incluso como hemos visto, saludable en medidas asumibles.
Como leí en una entrevista a un general estadounidense, el riesgo solo es malo cuando te destruye, en los demás casos es simple aprendizaje.
Ojalá una visión más global y poliédrica nos ayude a reformular con distintos escenarios, mejores medidas para lidiar con acontecimientos extremos que nos guste o no seguirán pasando.
“Ser el peor ingeniero que uno conoce”, no es realmente malo, siempre que te juntes con personas más brillantes y preparadas técnicamente que tú y que aportes tus habilidades también necesarias en otros campos. Es más, la diversidad es lo que engrandece los equipos, especialmente cuando se complementa y potencia.
El futuro no está escrito y por mucho que nos invada una visión pesimista de estancamiento tecnológico, lo cierto es que no tiene porqué ser así. En tiempos de tribulaciones viene bien recordar a Heráclito, “en la vida, lo único constante es el cambio”.