Dice el viejo adagio que la familia te viene impuesta y los amigos los escoges tú. Esto es algo que puede parecer muy fácil de interiorizar pero el mainstream te empuja a algo muy distinto. Hace ya lo que van a ser trece años, cuando estaba tirado en un hospital en Italia, sin muchas esperanzas de que naciera mi segunda hija, apareció una gran persona, Marcos Álvarez, todo gracias a la insistencia de mi gran amigo, Michel por que me apuntara a la entonces incipiente red Unience. Durante meses y años compartimos estrofas, sonetos y diría que hasta églogas, pelando la cebolla y llegando a las cosas importantes de la finanzas e incluso de la vida. Sin solución de continuidad aprendí de él y aprendimos juntos, cual ying y yang que se alimentan y crecen el uno con el otro. Yo, el soberbio, él el humilde, yo el yo, él el nosotros y él siempre ahí, con su ascendencia y su emocionalidad; con su hombro firme y acogedor, siempre dispuesto a decirme que sí, a buscar lo más positivo dentro de mi ego absurdo y arbitrario.
Pasaron los años entre sueños y frustraciones de poder algún día dedicarme a lo que me interesaba y me sigue interesando, el entender el mundo a través de las finanzas. ¿Y por qué entender el mundo? Pues sencillamente porque cuando uno llega a una edad, con ciertas responsabilidades y necesidades, se da cuenta de por qué los grandes proyectos se pueden emprender cuando uno es joven y no tiene nada, y por qué no es tan fácil hacerlo cuando no hay más que personas que no eligieron estar aquí pero a quien ahora no se puede fallar. Otra vez el orgullo se interpone, y donde uno dice fallar, otro ve exceso, arrogancia y poner necesidades que realmente son caprichos. Pero es igual, con los años uno entiende que el contexto se come a las verdades para desayunar y que no por negarlo obstinadamente esto va a ser menos cierto.
Cuando después de muchas tardes hurtando el tiempo a donde no lo hay uno parece atisbar una posibilidad de proyecto, aparece un coloso, otro más amigo del alma, Jose, y sólo por la diversión y por el desprecio que uno siente al ser abandonado por ese sitio en el que nos hicimos personas, montamos, “alamecagoendiez” esta enana blanca que es masdividendos donde nos reencontramos con viejos y nuevos amigos y donde nos empequeñecimos ante múltiples invitados que nos enseñaron lo que queríamos y lo que podíamos ser. Pero esta es otra historia que también merece ser contada.
Todavía recuerdo cuando vi posible crear un vehículo como Adarve Altea, sentado en la esquina de la calle Maisonnave de Alicante, en una de las entradas de El Corte Inglés, cuando llamé a Marcos y a José y les dije que no tenía sentido para mi ir adelante sin ellos, y que por más que viera a Adarve (aunque aún no conocía ese nombre) como mi tarjeta de “Queda libre de la cárcel”, tenía que hacerlo con ellos, porque ningún tuercebotas iba a ser nada sin su familia de verdad, la que él escogió, aquellos que le hicieron crecer como persona y que le enseñaron a ver lo mejor de los demás, sin aquellos que le habían enseñado a querer mediante el hecho de sentirse querido.
El gran giro argumental, o plot twist que dirán los más enchufados, llegó el día que apareció Manuel, que simplemente quería hacer algo con nosotros, que nos había acompañado por el mero hecho de disfrutar, mientras grabábamos algún que otro podcast, que conocía de refilón desde el foro y que decidió no se si del todo conscientemente, que se quería subir al barco porque, bueno no se muy bien por qué, pero seguro que él lo sabrá explicar. Ese día que nos conocimos, acariciados por las brisas mediterráneas de la costa valenciana, me quedó absolutamente claro que Manuel tenía que ser parte del proyecto, una gran lección de humildad para alguien tan cartesiano y cuadriculado como yo, pero que, si algo he sabido hacer en esta vida es escoger a mi familia, pues tengo tanta que alguno diría que lo ve de otra manera, que realmente no es así y que no se puede querer tanto a muchas personas. A mi me da igual, porque se que incluso aquellos de los que me he distanciado, saben y yo también lo se, que estaríamos ahí en un abrir y cerrar de ojos. Sabemos que aunque no nos volvamos a ver nunca, porque nos separen millas, kilómetros, océanos o viviendo en el pueblo de al lado, no hacen falta más que dos palabras para comunicarnos, para entender lo que uno y otro estamos pensando, para acudir, si hace falta o para apartarnos y no molestar.
Y dirán Vds. ¿qué tiene esto que ver con Adarve Altea? Pues estoy seguro de que para la mayoría de los partícipes no hace falta que lo explique. Ellos saben que están aquí, no porque tengamos un track record, no porque seamos una potente compañía experta en marketing y en crear castillos en el aire a lomos de religiones inversoras y financieras, sino porque hemos creado algo que no sabemos si será la mejor opción; bueno, probablemente no lo será, pero será una opción, una opción en la que nos hemos embarcado juntos y que hemos creado con cariño, eligiendo a nuestros amigos igual que mis amigos me eligieron a mi, poniendo lo que está de más y lo que se echa de menos, sembrando una semilla que es parte de nosotros y que nosotros mismos regaremos, cuidaremos, y vigilaremos. Sabemos que no nos hace falta recurrir a un marketing institucional o que no nos hace falta pagar retrocesiones, caer en la Babilonia de los fondos establecidos, porque nosotros y nuestros partícipes siempre seremos familia. Porque nos elegimos y creamos el Adarve juntos y porque estamos ahí estableciendo las bases necesarias para crecer juntos y poniendo nuestro patrimonio y nuestra ilusión en la línea de fuego, y haciendo lo que sea necesario, por delante de nuestros intereses propios, para que todos los que han confiado en nosotros, prácticamente sin mirar atrás, sigan siendo nuestros compañeros y en el silencio que exuda la compañía tranquila y la compañía discreta, en la confianza y en la tremenda responsabilidad de su presencia, se puedan enriquecer y puedan seguir disfrutando de la vida, ese trayecto que, con sus altibajos, con sus miserias y sus presencias, con sus estrofas y sus paciencias, es su propia razón sin finalidad pero con toda la esencia, ese camino protegido que esperamos siempre sea su Adarve.
Gracias por ser mi familia.