Hemos escuchado en múltiples ocasiones que el avión es el medio de transporte más seguro del mundo, lo cual no quita que cuando en mitad de un vuelo se atraviesa una zona de turbulencias, una parte considerable de los pasajeros no lo pase demasiado bien pese a que el fenómeno comporte un riesgo muy bajo más allá de la incomodidad y que dejemos volar nuestra imaginación recreando fatales desenlaces.
Ir en coche, por el contrario, se suele sentir como una experiencia mucho más segura, pese al aumento de riesgo que nos demuestran los datos libres de polvo y paja.
Somos humanos, a nuestra mente le cuesta aceptar que podamos movernos a miles de metros de altura, y como nos han enseñado una y otra vez los estudios, tampoco salimos muy favorecidos cuando de asignar probabilidades o riesgos se trata.
Cuando nos acercamos al mundo de la inversión ocurre un fenómeno muy similar. Basta echar un vistazo estos días a la voracidad con la que pequeños ahorradores compran deuda pública sin darle demasiada importancia a si, una vez tenida en cuenta la inflación, realmente no acabarán perdiendo poder adquisitivo con el tiempo. Nos encanta pensar que somos inversores a largo plazo, pero pocos estamos dispuestos a regar el largo plazo con el fertilizante más vigoroso, el tiempo necesario para que la inversión de sus frutos. A veces son cinco años, otras diez, veinte..
La renta variable se ha ganado a pulso el podio de ser el activo más rentable a largo plazo, por encima de los inmuebles, del oro, de la renta fija y el mismo dólar, como seguro han oído hablar en diversos estudios y como muestra la siguiente gráfica de Siegel.
¿Qué sentido tiene entonces, si uno realmente tiene un horizonte de inversión de varias décadas, no asignar el 100% de su capital al activo real más rentable?
Objetivamente, ninguno, pero si considerasen correctamente la perspectiva del largo plazo todos los inversores andarían ese camino y no abundarían otras composiciones de carteras creadas para soportar las turbulencias del ejemplo del avión, que en el caso de la inversión reciben el nombre de volatilidad.
Resistir la volatilidad es el precio necesario para poder cosechar los retornos de la renta variable, y por mucho que los fríos datos nos demuestren que un período de cinco o diez años de rendimientos negativos no son nada en una vida inversora de cuarenta o cincuenta años, a la hora de la verdad se nos hacen muy largos y pocos inversores atraviesan ese desierto sin desfallecer y acabar vendiendo en el peor momento.
Esta y no otra es la razón por la que se pueden encontrar en el mercado productos 60% renta variable- 40% renta fija, carteras permanentes que combinan diversas clases de activos, combinaciones con oro, inmuebles etc.. que buscan suavizar la volatilidad, generalmente sacrificando una parte importante de la rentabilidad que ofrece la renta variable.
¿Es este el único camino para poner de nuestro lado la probabilidad de obtener mejores rendimientos a largo plazo? Nosotros entendemos que no, y pensamos que la renta variable en sí misma ofrece un abanico tan sumamente grande de tipologías de compañías invertibles expuestas a diferentes países y economías, que utilizando la selección por factores se puede lograr tener una travesía más apacible sin renunciar a la rentabilidad extra que nos da la renta variable cuando la mantenemos por décadas. Esto no significa que no se vayan a encontrar zonas de turbulencias, pues la cruda realidad nos demuestra que por mucho que pensemos que la composición de nuestras carteras nos protegerá cuando vengan mal dadas, los últimos años han sido un claro ejemplo de que los paracaídas que nos vendieron en muchos casos no se comportaron como tal.
Cada inversor es un mundo, y no hay un zapato para todas las tallas. Habrá quien se sienta más cómodo con un tipo de cartera que la narrativa estadounidense ampliamente publicitada sigue vendiendo como menos arriesgada, o quien prefiera la inversión en depósitos bancarios siendo únicamente consciente del riesgo cuando en las noticias asoma la quiebra de algún banco. Nada malo hay en cualquier opción siempre que uno tenga asumido que nadie puede garantizar nada.
Nosotros desde Adarve, con nuestro vehículo de inversión Adarve Altea, seguiremos manteniendo que a largo plazo una inversión cien por cien en renta variable seleccionada por factores y correctamente diversificada geográficamente, nos permitirá tener un desempeño razonable a largo plazo. Nadie sabía que durante el confinamiento las tecnológicas tendrían un desempeño tan extraordinario, ni que la invasión de Ucrania traería consigo un alza igual de extraordinaria en productores de materias primas o compañías energéticas, pero lo cierto es que si una cartera tenía una composición equilibrada de unas y otras difícilmente saldría en la foto de los mejores puestos cada año, pero a largo plazo habría logrado atravesar los fenómenos meteorológicos más adversos, llevando la aeronave a su destino de forma segura.
Recuerde que el precio para conseguir una rentabilidad extraordinaria es darle el tiempo necesario a sus inversiones sin desfallecer. Pocos estarán dispuestos a ello, pero si usted está entre los pacientes elegidos podrá comprobar una máxima que se ha mantenido a lo largo de cientos de años y que inmortalizó Horacio , “Muchos de los caídos en desgracia serán restituidos y muchos de los que hoy disfrutan la gloria, caerán”. Una buena diversificación en tipos de empresas, seleccionadas por factores que han demostrado consistencia a lo largo del tiempo no le garantizarán el éxito, pero es bastante razonable que le permitan alcanzar desempeños que de otro modo serían impensables.