Juegos Infinitos

En nuestro día a día nos enfrentamos a múltiples situaciones que debemos resolver. El enfoque que adoptemos, puede poner las probabilidades a nuestro favor, o en nuestra contra. Simplificando al máximo, podemos recordar aquello de Henry Ford de «tanto si crees que puedes hacerlo, como si crees que no puedes, estás en lo cierto”.

Una buena manera de trabajar con la incertidumbre y aprender a navegar el caos, es enfocar la resolución de los problemas como un desafío, y para resolver desafíos no hay nada mejor que tomarlos como un juego que debemos superar. Desde niños utilizamos los juegos como una forma efectiva de aprendizaje en la cual somos capaces de desarrollar nuestras estrategias en un entorno seguro.

Cuando nos movemos en un terreno de juego, dos tipologías entran en escena, los juegos finitos, con una duración determinada y los juegos infinitos, en los que mientras uno no sea eliminado del tablero puede seguir jugando.

Casi todos empezamos de niños con la visión del juego infinito. No hay necesidad de parar si un adulto no nos empuja a ello. Sin embargo, en nuestro tránsito a la vida adulta, cada vez nos vamos imponiendo más y más juegos finitos, que nos hacen ver el mundo como un juego de suma cero, totalmente restringido a un tiempo que nos damos. La diversión cae y nos vemos en muchas situaciones, atrapados en una dinámica de listas de objetivos a conseguir que de algún modo mágico nos proporcionará grandes momentos de felicidad cuando finalmente los hayamos alcanzado.

Frente a esta visión reducida del mundo, el concepto de vivir según las reglas de un juego infinito nos ayuda a retomar una visión de abundancia en el que somos conscientes que mientras seamos capaces de mantenernos en el tablero de juego, podemos ir iterando y descubriendo en un proceso acumulativo que va componiendo lentamente pero de manera constante a través del tiempo.

Llevando esto al terreno inversor por el que probablemente ha recalado en este blog, las dinámicas de los juegos infinitos se hacen todavía más relevantes.

Un inversor jugando a un juego infinito lo primero que entiende es que la regla número uno es mantenerse vivo, lo que en este contexto significa no perder de forma permanente la herramienta fundamental para seguir jugando, el capital.  

Esto que parece una obviedad,  es una de las perspectivas mentales más profundas y útiles a las que me he enfrentado en la última década. En un mundo en el cual ser el primero en todo es el objetivo, el viejo dicho nos recuerda que “para poder llegar el primero, primero hay que poder llegar”.

Párate un momento a reflexionar sobre esto. 

En múltiples conversaciones entre inversores sobre finanzas, se discute qué fondo, empresa o activo ha tenido el mejor desempeño del último o últimos años. La pugna es el retorno de la inversión. Obtener el máximo retorno es el baremo por el cual se otorga el premio al mejor inversor. 

Esta visión obvia el riesgo recorrido por el camino o la probabilidad de desastre durante la siguiente década. El único juez es la maximización del beneficio y reside en la manera más rápida y directa de hacerlo. Como consecuencia de esta línea de pensamiento, “el doble de algo bueno tiene que ser doblemente bueno”, lo que arrastra a muchos inversores a usar el apalancamiento para seguir ese razonamiento. Unas veces con éxito y otras finalizando abruptamente la partida cuando el viento cambia de dirección.

Contra esto se puede argumentar, con buen criterio, que las grandes fortunas de genios como Elon Musk, se han cimentado redoblando la apuesta y poniendo todas las fichas encima de la mesa una y otra vez. Y no les faltaría razón, pues así ha sido, pero lo que se nos olvida es que del mismo modo que una minúscula parte de los seres humanos ha sido capaz de llevar a cabo esto de manera exitosa, una inmensa mayoría no lo ha conseguido y su historia por tanto nunca se llegó a conocer.

Otro aspecto en que se pueden diferenciar los jugadores finitos e infinitos es cómo se identifican en la partida y limitando su experiencia por el mero hecho de imponerse reglas y etiquetas.

Un jugador finito nace ingeniero, médico o maestro y es eso el resto de su vida. Un jugador infinito puede ser médico, inversor o cualquier otro rol para el que se prepare y aprenda, adaptándose a la partida y disfrutando del mero acto de jugar.

Seguro que te viene a la cabeza el inversor que se define como inversor en dividendos, en valor, en crecimiento o en cualquiera de las variadas etiquetas que nos auto imponemos y que analizándolas un poco de cerca vemos que carecen de demasiado sentido. ¿Porqué se debe renunciar a la experimentación y al aprendizaje? ¿Qué nos garantiza que estamos en la posesión de la verdad absoluta y después de nosotros el abismo?

Un modelo mental de creación propia que me gusta utilizar en el mundo empresarial, cuando entro en una nueva actividad de negocio y en general, a la hora de entrar en cualquier área nueva de aprendizaje, es el que llamo SMC. Sobrevivir. Mejorar. Crecer.

Para separarnos un poco de la inversión, pondré un ejemplo de otro área de aprendizaje diferente, pues realmente dedicándole un poco de tiempo lo podemos utilizar y nos puede guiar en cualquier situación que presente un desafío y en la que naveguemos por territorios inciertos.

Desde hace unas semanas estoy aprendiendo chino. En el mundo de los negocios es bastante fácil moverse con un buen nivel de inglés, pero someter al cerebro al placer de cambiar su plasticidad y abrirlo a nuevas maneras de entender algo tan profundo como el lenguaje es una herramienta que pese a ser dura, suele ser bastante efectiva en el largo plazo.

A lo largo de este aprendizaje debemos en todo momento combinar los tres puntos, siendo unos especialmente críticos en una fase y otros en otra.

 

Modelo SMC (Descárgalo aquí)

Sobrevivir es algo de importancia constante, por lo que aunque vaya variando el proceso de aprendizaje, la energía necesaria para que este no mengüe es alta. En nuestro ejemplo sería la fuerza necesaria para no dejar de asistir a clase o para evitar dejarnos llevar por el desánimo cuando atravesamos el valle del aprendizaje. Si lo llevamos de nuevo al plano inversor, sería básicamente no tomar apuestas tan arriesgadas que exista la posibilidad de quedarnos sin fichas en la partida, como hemos visto con anterioridad.

Mejorar es el proceso iterativo por el cual vamos cimentando los conocimientos abriéndonos a la exploración y reconociendo nuestros errores como fuente de conocimiento. En el caso de una lengua es el estudio constante y la búsqueda de nuevas formas de aprendizaje. En el terreno inversor acumulamos conocimiento dedicando el tiempo necesario a actividades como la lectura de otros que hayan atravesado procesos similares, la mejora de nuestros conocimientos de contabilidad, modelos de negocio, tendencias mundiales de consumo…

Por último crecer, es disfrutar de los conocimientos aprendidos y utilizarlos en nuestro beneficio, que no tiene porque ser monetario aunque en múltiples ocasiones lo sea. Una vez uno conoce un nuevo idioma, se abre un abanico de posibilidades, desde viajar al país y poder sumergirnos en sus costumbres a la cimentación de relaciones de negocio duraderas. En el camino inversor, la acumulación exitosa de dinero nos puede ayudar a llegar a nuestro “suficiente” , entender que la vida es mucho más que componer ceros en beneficios latentes y poder dedicar nuestro tiempo y talento a ayudar a otras personas necesitadas a través de la filantropía o simplemente en escenarios más modestos, a transmitir nuestros conocimientos a quien quiera aprovecharlos.

Estos tres puntos necesitarán de nosotros distribuir la energía de manera adecuada según la fase en que nos encontremos, habiendo momentos en que la gran parte de nuestro esfuerzo deberemos ponerlo en sobrevivir, y otros en los que deberemos extender las velas y atrevernos a crecer y navegar con toda la velocidad que nos permita el momento. Mejorar será casi siempre un proceso iterativo que tendremos que incorporar como el mantenimiento en una fábrica, algo que cuanto más invisible pero más constante sea, más nos ayudará.

 

La inversión como juego infinito nunca termina. No hay metas tal que “cuando alcance esta cifra entonces seré feliz”. Los objetivos no son cerrados o numéricamente limitados, sólo hay una continua mejora del proceso. Cuando hayamos tenido éxito con algo, ya estaremos pensando en cómo mejorar otra cosa. Sin prisa. Sin pausa. Disfrutando del acto de jugar y explorar nuevas soluciones y desafíos.

Como ves, hay muchas maneras de acercarse a la experiencia de vivir la vida o la inversión y esta no deja de ser una entre otras que podemos elegir. Que nuestra partida sea un juego finito o infinito depende de ti. Nada de malo hay en sentirse cómodo en un juego finito como tampoco lo hay en que dependiendo del área que analicemos nos veamos jugando un juego u otro. 

De cada cual depende establecer su marco mental. Al fin y al cabo, es nuestro juego.

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