Las ventajas de la incertidumbre

A los seres humanos no nos gusta la incertidumbre. ¿Conseguiré resolver ese reto del trabajo que llevo atragantado? ¿Será un problema de salud esta molestia que tengo? ¿Estarán bien mis padres? … Seguro que pensándolo un poco podemos sentirnos bastante reflejados en esa sensación de incomodidad ante un futuro incierto. 

Si lo llevamos al caso español, no es baladí que gran parte de los jóvenes aspiren a tener una plaza de funcionario que les elimine la incertidumbre laboral a lo largo de su carrera. Sin embargo, por mucho que logremos que en un área de nuestra vida habite la certidumbre, muchas otras áreas se desarrollarán en la más absoluta y completa oscuridad del desconocimiento sobre qué pasará.

Evolutivamente hablando hay una explicación clara para esto, pues asegurarnos la comida y la supervivencia forma parte del cableado cerebral con el que hemos sido diseñados por la sencilla razón de la perpetuación de la especie.

Vivimos por tanto en una continua lucha entre la búsqueda constante de la certidumbre y la aceptación de la imposibilidad de ganar esa pugna.

La inversión, especialmente en renta variable, es un terreno fértil de experimentación para medir nuestra aversión a la incertidumbre. Nada nos asegura que nuestras elecciones serán acertadas y, como nos gusta repetir, el mercado siempre encontrará la manera de hacer el mayor daño a la mayor cantidad de gente posible. Difíciles mimbres para empezar a construir nuestro cesto.

Como casi todas las cosas interesantes de la vida, por cada parte negativa, suele existir otra positiva. Los terrenos inciertos ahuyentan la competición y por tanto dan a lugar a múltiples sorpresas positivas para aquellos dispuestos a pagar el precio de la incertidumbre.

Durante las últimas semanas decidí profundizar un poco más en este tema tan interesante, y escuchando al profesor Sanjay Bakshi, cayó en mis manos el libro “The upside of uncertainty. A guide to finding possibility in the unknown”, del matrimonio Nathan y Sussanah Furr, donde van diseccionando las ventajas de la incertidumbre y por qué haríamos bien en tratar de sentirnos bien con la misma.

El libro te hace recordar algunas cosas que uno con la edad va metiendo en cajones de la mente a los que cada vez accede menos. La sensación de ser joven y tener miedo al futuro. Las preocupaciones continuas por cosas que nunca pasaron. El querer conseguir seguridad a toda costa en cosas que el tiempo revela imposibles. 

Recuerdo el verano donde empecé a invertir más o menos en serio. Mi mujer y yo, que por aquellos años aún no estábamos casados, recorríamos Galicia con una tienda de campaña, con bastantes incomodidades pero con muchas ganas de descubrir sitios nuevos. Le comenté que iba a invertir y su reacción fue que adelante, pero que no más de una cantidad que hoy se me antoja diminuta y en aquellos años gigantesca .

Duró poco el compromiso y aquella cantidad la llevé al máximo que me pude permitir. Año tras año. Pensando muy bien como hacerlo y cometiendo algunos errores y otros aciertos.

Recuerdo el miedo al apretar el botón una tarde años después, comprando acciones de Microsoft a 25$, en el despacho de aquella casa en la que vivíamos alquilados. Muchos días tuve miedo a estar arriesgando demasiado, invirtiendo todo el ahorro que caía en mis manos.

Llegaron los hijos y nuevas preocupaciones sobre cómo darles alguna certidumbre, siquiera financiera, en un mundo incierto. Hoy me alegra ver que aquellas incertidumbres no llegaron a nada, pero antes de que pudiera celebrarlo demasiado , otras nuevas incertidumbres adolescentes volverían a llamar a la puerta. La lección es que todo esto al final también es un juego infinito, y es mejor adaptarnos a él conforme se desarrolle la partida.

Tiempo después, mientras estaba en un viaje de negocios en Reino Unido, mi mujer me llamó para decirme que la casa por la que tantas veces pasamos en bici, soñando despiertos en cómo sería vivir en un sitio así y que a todas luces veíamos fuera de nuestro alcance, la habían sacado a la venta. Días y días de cálculos, de nuevo con miedo a qué pasaría si no podíamos pagarla nos hizo retrasar una decisión que ahora con la luz del paso del tiempo, vemos que fue tremendamente acertada.

Quizá fue haber sido autónomo muchos años, o desarrollar mi carrera laboral en entornos de alta incertidumbre tecnológica, lo que me hizo poco a poco ir tomando el pulso a lo desconocido. Ver la barrera del miedo como un obstáculo a superar. Entender que midiendo razonablemente el riesgo, casi siempre valía la pena mojarse y atravesar el río.

Hoy echo la vista atrás y me alegro de haber sido valiente y haberle dado el tiempo necesario a las cosas para que pudiesen florecer. Me gusta pensar que lo hice bien y que hacia adelante todo será más fácil, pero lo único cierto es que no lo será y de nuevo decenas de nuevas decisiones te desvelan y te cuestionas si serás capaz de resolverlas o si habrán valido la pena. Son las reglas del juego, el futuro siempre es incierto. Nuestras capacidades limitadas. Ahí reside la magia, donde siempre estuvo y siempre estará. El gris como forma de avanzar en una vida incierta por naturaleza.

La inversión necesita tiempo. Confianza en que se ha tomado una buena decisión y que el devenir de los años nos demostrará que así ha sido. Poco se puede conseguir saltando de un activo popular a otro. Da igual que sea una acción, un fondo o un piso de alquiler. Sólo la confianza en nuestro proceso de toma de decisiones nos servirá de luz cuando el camino se oculte. Y por experiencia propia siempre se oculta.

Una vez cambiamos nuestra forma de entender la incertidumbre y de verla como un terreno fértil para crecer y progresar, el miedo no desaparece pero algo disminuye. Tener un plan, aún siendo conscientes de que lo iremos adaptando según se despliegue, nos ayuda a tener puntos estables donde agarrarnos cuando las cosas se mueven. Explorar como forma de recorrer el camino. 

Mirar hacia adelante es asomarnos a un abismo de incertidumbre, con miles de desenlaces no deseados. El mismo abismo que nos cambia y nos transforma para bien, haciéndonos conscientes de lo que hemos cambiado y de que sólo el cambio es permanente. 

De nosotros depende.

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